CUENTOS DEL MUNDO

HOY: MI CUENTO

El reloj me dijo que eran las cuatro menos diez; entonces recordé que debía terminarlo para las cinco. Nunca había escrito un cuento. Había escuchado por ahí o quizás intuído, que para escribir un cuento se precisan tres elementos:
Un papel, una birome y un escritor.
Estaba recostado en un sofá, fumando, cuando me quedé mirando un rato los redondeles de humo como si me fueran a decir algo. Mis ojos se clavaron en una de las volutas que terminó disolviéndose a la altura de un estante de la repisa en donde había una birome. Empujé la abulia, que había estado vigilándome toda la tarde, hacia un lado, y me digné entonces a levantarme, a caminar dos pasos somnolientos y a tomar con una de mis manos el tubo plástico por donde posteriormente pasarían los pensamientos-sentimientos del escritor.
Me llamó poderosamente la atención la manera en que mi mano apretaba la birome. La birome apretada por mi mano. La birome apretada por la mano del escritor. Supe entonces que sólo me faltaba el papel. El primero que encontré fue uno de diario; pero pensé que ya bastante enredadas venían las noticias como para que las mezclara con las palabras del escritor (o sea las mías) que pasarían en fila a través del tubo plástico y se irían estampando en el papel.
Encontré al fin un papel blanco, similimpio; sólo contenía unas anotaciones en uno de los lados, pero con un par de sacudidas las palabras cayeron al suelo. Entonces vi cómo se mezclaban, se desarmaban y se volaban con el aire que entraba por la ventana.
Ya tenía entonces los tres elementos. Sólo faltaban las palabras.
Controlé que el ambiente estuviera en orden y esperé a que los ruidos del silencio disminuyeran un poco. Busqué la silla más cómoda, me senté encima y me trasladé con ella (arrastrando sus cuatro patas y las dos mías) a la parte más luminosa de la mesa.
La birome empezó a acercarse a la hoja con miedo, temblando. Y cuando pudo sentirse el calorcito que brotaba del papel, que esperaba ansioso que lo vistan de palabras, fue tan grande el susto que se contrajo como una lombriz de tierra.
El reloj me dijo que eran las cuatro y veintiséis. Entonces recordé que debía terminarlo para las cinco. Nunca había escrito un cuento.
Busqué rápidamente con la vista algo que me motivara: una manzana, una pata de pollo sin carne que había quedado sobre la mesa; un poco más allá, los platos sucios del almuerzo. Al lado y a la izquierda una botella de detergente.
Un poco más arriba, una burbuja saliendo de una botella. Un poco más arriba y un poco más también, la burbuja subiendo más despacio, formando figuras en la habitación. Y un poquito para mi lado la burbuja que viene hacia mí. Y casi a la altura de mi nariz, mi mano apretando la birome. Y la pompa de jabón acercándose al tubo plástico por donde pasarán los pensamientos-sentimientos del escritor. Y la birome pinchará catastróficamente la burbuja y se formarán entonces decenas de burbujas más pequeñas y se estrellarán contra el papel en forma de manchas de tinta, que comenzarán a rodar por la hoja en distintas direcciones, para que de cada palabra vayan naciendo nuevas palabras.
Y tocarán el timbre.
El reloj me dirá que son las cinco. Entonces recordaré que debía terminarlo para las cinco. Por primera vez habré escrito un cuento.

Virginia Ducler.
20 jóvenes cuentistas argentinos.
Buenos Aires, Colihue, 1989.

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